EL INDIO MAMANI
El indio Mamani… No conoce el miedo,
hecho en el silencio de piedras y valles
conoce el lenguaje sonoro del viento.
El Sol de los Andes le pintó el tatuaje en su piel cobriza
y en sus ojos negros, mirada de luto
se avizora el fuego de raza mestiza.
Tal vez por su sangre galope de un hidalgo
Acaso en su pecho el último Inca de pena solloce.
Su abuela fue ñusta,
princesa peruana que un día cayera rendida en los brazos de algún español.
Capa castellana convertida en poncho,
averiguó el más hondo pecado de amor.
El indio Mamani camina derecho,
si es como una lanza clavada en el pecho de punas y pampas,
si es como un flecha disparada al viento,
que silva en su rumbo con la magia sorda de su pensamiento
¿Dónde esta la chola que le diera un beso?
¿Dónde esta la hembra que mintió en su boca?
La rabia le sube despacio... Despacio,
y un silencio huraño le rascuña el alma...
¡La quería tanto!
Por ella Mamani regaló tres vacas, un toro , el ternero,
hasta cinco cabras que le regaló por guapo el Bichego.
Por ella Mamani llevó su rancho a la más alta quebrada del valle,
por ella la quinua se fue floreciendo,
y el maizal maduró temprano en sus granos.
Por ella Mamani miró las estrellas
y el indio se sintió tan romántico,
tan apasionado que hasta le hizo coplas
con sabor a huayno.
Por ella al trabajo, por ella al silencio,
por ella a la pena de ser cada día peor que un esclavo.
Si a veces el patrón le tiraba un hucaso...
Bien que se lo aguantaba,
para que no dijeran que era un cholo flojo,
que era un indio vago,
y al igual que un perro cerraba los ojos
y se lo aguantaba de macho que era.
Ayer muy temprano, volvió a la siembra,
mejor no volviera,
hubiera querido tal vez caerse muerto
escupiendo babas como una culebra.
Al llegar al rancho olió la tragedia rondándole el pecho,
sintió la tristeza guardada en el alma como un ángel negro:
Sobre el mismo suelo, como dos basuras,
se estaban besando
la mujer que amaba, y el hijo del amo.
Los miró con asco,
Le di tanta rabia de que un solo golpe lo dejó tendido,
para que no dijera que aún le sobra sangre
limpió el cuchillo con su propio poncho
escupiendo entre los dientes la palabra: “Perra”
Y se volvió al pueblo,
sin mirar atrás... ¡Quizás para no verla!
La quinua le prestó un silbido,
el maizal reventó en aroma,
una estrella floreció en el cielo
y una sombra larga se agachó para verlo.
El indio Mamani siguió caminando,
tomó un acuñico para seguir chacchando,
y así llegó al pueblo: Despacio, despacio;
para que nadie diga que el indio Mamani
escapó del miedo.
Asombrado el guardia recibió el cuchillo,
lo miró a los ojos y le dijo lento:
“¡Cholo!, estás fregaó”.
El indio Mamani sacudió los hombros
como quién sacude la tierra del tiempo
y se sentó detrás de las rejas mirando arriba
trocito de cielo,
saludó a una estrella.
¡El indio Mamani no conoce el miedo!
Autor: Humberto Vílchez Vera
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